William Shakespeare

William Shakespeare nació en Stratford on Avon en 1564. En la escuela elemental aprendió humanidades, Se casó a los dieciocho años y su descendencia fue muy numerosa. Perseguido por hurto, huyó a Londres, donde se ganó la vida desempeñando oficios muy diversos en el medio teatral. Hizo de guardián de caballos a la puerta de los teatros, de traspunte, de actor, de coempresario y, finalmente, de autor. Su éxito le permitió retirarse a su pueblo, con una fortuna mediana, donde murió en 1616.

Dedicó toda su vida al teatro, aunque no hay que olvidar su producción lírica, en la que destaca el largo poema Venus y Adonis y más de ciento cincuenta sonetos de extraordinaria calidad. Entre la muy nutrida producción dramática de Shakespeare conviene señalar sus dramas históricos (las tres partes de Enrique VI, Enrique VIT, Ricardo III, etc.), a los que hay que añadir sus «piezas romanas», entre las cuales destacan Julio César y Antonio y Cleopatra.

Las comedias de Shakespeare suelen dividirse en tres grupos. Las de la primera época incluyen La comedia de las equivocaciones, La fierecilla domada, El sueño de una noche de verano y Las alegres comadres de Windsor. El segundo grupo está integrado por las llamadas «comedias sombrías», que parecen responder á una crisis espiritual del dramaturgo entre 1601 y 1604. Bien está lo que bien acaba y Medida por medida pertenecen a este momento de su producción. El cuento de invierno y La tempestad son sus últimas comedias. Por último, bajo el epígrafe de tragedias, se engloban sus obras más profundas y universales: Romeo y Julieta, Hamlet, Otelo, Macbeth, El rey Lear.

El teatro shakespeariano se adapta al gusto imperante del público. Prueba de ello es su adopción del género de la crónica histórica así como del personaje del clown o tonto rústico, figura que otros autores cultos rechazaron. Sus chistes encierran reflexiones desengañadas y dan a la obra un contrapunto cómico (comic relief). En conjunto, puede afirmarse que la evolución de su teatro sigue los cambios en el gusto del público.

La originalidad del arte de Shakespeare reside en el lenguaje, cuya fuerza le permite trascender el argumento y los personajes. La energía de su estilo es tal que no necesita ser caracterizado de modo realista imitativo para adaptarse a cada personaje.

Los caracteres de Shakespeare se presentan en situaciones extremas, en las que todos los seres humanos nos parecemos, por lo que no se individualizan psicológicamente. En resumen, puede señalarse cierto desapego por lo puramente teatral: el argumento y los personajes se universalizan gracias a la energía de sus versos.